CAPÍTULO 6
- Salió de allí y se fue a su ciudad, y le seguían sus discípulos.
- Llegado el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y muchos de
los oyentes, admirados de su doctrina, decían: ¿De dónde sabe éste estas
cosas? ¿Y qué sabiduría es la que se le ha dado y estos milagros que se
hacen por sus manos?
- ¿No es éste el artesano, el hijo de María, y hermano de Santiago y
de José y de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre
nosotros? Y se escandalizaban de él.
- Y les decía Jesús: No hay profeta menospreciado sino en su propia
tierra y en su casa y entre sus parientes.
- Y no podía hacer allí ningún milagro; solamente sanó a unos pocos
enfermos imponiéndoles las manos.
- Y se asombraba por causa de la incredulidad de ellos.
VIAJE DE JESUS CON SUS APOSTOLES
Y recorría las aldeas de los contornos enseñando.
- Y llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, y les daba
potestad sobre los espíritus inmundos.
- Y les mandó que no llevasen nada para el camino, ni alforja, ni
pan, ni dinero en la bolsa, sino solamente un bastón;
- y que fueran calzados con sandalias y no llevaran dos túnicas.
- Y les decía: Si entráis en una casa, permaneced allí hasta que
salgáis de aquel lugar.
- Y si en algún sitio no os reciben ni os escuchan, al salir de allí,
sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.
- Y habiendo marchado, predicaban que hicieran penitencia;
- y expulsaban muchos demonios y ungían con óleo a muchos enfermos y
los curaban.
- Llegó esto a oídos del rey Herodes, pues su nombre se había hecho
famoso, y decía: Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por
eso tiene poder de hacer milagros.
- Otros decían: Es Elías. Otros, en fin, decían: Es un profeta, un
nuevo profeta.
- Pero cuando lo oyó Herodes, decía: Este es Juan, a quien yo
decapité, que ha resucitado.
- En efecto, el propio Herodes había mandado prender a Juan y le
había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su
hermano Filipo, a la cual Herodes había tomado como mujer.
- Juan decía a Herodes: No te es lícito tener a la mujer de tu
hermano.
- Herodías le odiaba y quería matarlo, pero no podía:
- porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era un varón justo y santo,
y le protegía, y bajo su consejo hacía muchas cosas y le escuchaba con
gusto.
- Pero llegó un día propicio, cuando Herodes en su cumpleaños dio un
banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea.
- Entró la hija de la propia Herodías, bailó y gustó a Herodes y a
los que con él estaban a la mesa; y dijo el rey a la muchacha: Pídeme lo
que quieras y te lo daré.
- Y le juró: Cualquier cosa que me pidas te daré, aunque sea la mitad
de mi reino.
- Y saliendo, dijo a su madre: ¿Qué he de pedir? Ella dijo: La cabeza
de Juan el Bautista.
- Y al instante, entrando deprisa donde estaba el rey, pidió así:
Quiero que enseguida me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
- El rey se llenó de tristeza; pero, a causa del juramento y de los
comensales, no quiso contrariarla;
- y enviando un verdugo, le mandó traer la cabeza en una bandeja.
Este lo decapitó en la cárcel,
- y trajo su cabeza en una bandeja, y la dio a la muchacha, y la
muchacha la entregó a su madre.
- Cuando se enteraron, vinieron sus discípulos, tomaron su cuerpo, y
lo pusieron en un sepulcro.
- Reunidos los Apóstoles con Jesús, le contaron todo lo que habían
hecho y enseñado.
- Y les dice: Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad
un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían
tiempo para comer.
- Entrando, pues, en la barca, se retiraron a un lugar apartado ellos
solos.
- Pero los vieron marchar, y muchos los reconocieron; y fueron allá a
pie desde todas las ciudades, y llegaron antes que ellos.
- Al desembarcar, vio Jesús una gran multitud, y se llenó de
compasión, porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles
muchas cosas.
- Y cuando ya se hizo muy tarde, se acercaron sus discípulos y le
dijeron: El lugar es desierto y la hora es ya avanzada;
- despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos cercanos, y
compren algo de comer.
- Y en respuesta les dijo: Dadles vosotros de comer. Y le dicen: ¿Es
que vamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?
- El les contestó: ¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo. Y habiéndolo
visto, dicen : Cinco, y dos peces.
- Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos de comensales
sobre la hierba verde.
- Y se sentaron en grupos de ciento y de cincuenta.
- Y tomando los cinco panes y los dos peces y levantando los ojos al
Cielo, bendijo, partió los panes y los dio a sus discípulos para que los
distribuyesen; también partió los dos peces para todos.
- Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos.
- Y recogieron doce cestas llenas de los trozos que sobraron y de los
peces.
- Los que comieron eran cinco mil hombres.
- Y enseguida hizo subir a sus discípulos a la barca y que se
adelantaran a la otra orilla junto a Betsaida, mientras él despedía a la
multitud.
- Y después de despedirlos, se retiró al monte a orar.
- Cuando se hizo de noche, la barca estaba en medio del mar, y él
sólo en tierra.
- Y viéndolos remar con gran fatiga, pues el viento les era
contrario, hacia la cuarta vigilia de la noche, viene a ellos andando
sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo.
- Ellos cuando lo vieron caminando sobre el mar, pensaron que era un
fantasma y gritaron.
- Todos, en efecto, le vieron y se asustaron. El habló enseguida con
ellos, y les dijo: Tened confianza, soy yo, no temáis.
- Y subió con ellos a la barca y cesó el viento. Con lo cual se
quedaron mucho más asombrados;
- pues no habían entendido lo de los panes, porque su corazón estaba
embotado.
- Y terminada la travesía, llegaron a la tierra de Genesaret, y
atracaron.
- Cuando bajaron de la barca, al momento lo reconocieron.
- Y recorriendo toda aquella región, a donde oían que estaba él le
traían sobre las camillas a todos los que se encontraban mal.
- Y adondequiera que entraba, en pueblos, o en aldeas, o en ciudades,
colocaban a los enfermos en la plazas, y le suplicaban que les dejase tocar
al menos el borde de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sano.
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